Santa Fe | Provincia

2020 de Mayo del 26

Una mirada al cine pospandemia

El cineasta y productor Juan Pablo Buscarini brinda su visión sobre la industria audiovisual argentina. La figura de las plataformas de streaming, los mecanismos de financiamiento, el rol del Estado y la posible participación de fondos privados son algunos de los tópicos sobre los que reflexiona el realizador rosarino, quien dictará dos clases del curso online Formación en Industrias Creativas.

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Juan Pablo Buscarini es uno de los grandes productores audiovisuales de Argentina. Su nombre está ligado a películas que marcaron récords de taquilla en salas de cine y fueron galardonadas en festivales internacionales. Un cuento Chino, Nieve Negra, El Ratón Pérez, son apenas algunos de los títulos que tiene en su haber -como productor y, en el caso de la película de animación infantil, como director- y que le valieron la posibilidad de trabajar y vivir del cine de manera profesional. Rosarino clase 62 y estudiante de la Escuela Provincial de Cine y Televisión en la primera camada tras el regreso de la democracia, Buscarini fundó en 2006 la productora Pampa Films y se propuso desde allí un objetivo claro: hacer cine de todos los géneros y acceder a los principales mercados internacionales de contenido audiovisual. El resultado de esa apuesta se plasma hoy en un abanico de producciones variadas: comedias hilarantes como la de Peter Capusotto y sus 3 dimensiones, series basadas en hechos reales, como la de Monzón, comedias románticas como Solo para dos y películas de un género inclasificable como El Bar, de Alex de la Iglesia.

Pero desde que se enamoró del cine, en su más tierna infancia, hasta que logró vivir oficialmente de eso, pasó mucho tiempo. Viajó por Europa, hizo breves cursos de animación y, al volver, puso todo ese conocimiento en la producción de videos científicos que por aquel entonces hacía para la Universidad Nacional de Rosario (UNR) y el Conicet. Así entró en el mundo de la animación y le gustó tanto el desafío, que decidió viajar otra vez a Inglaterra, a principios de los ‘90, para formarse en nuevas tecnologías digitales de la imagen en la Universidad de Middlesex. Al regresar al país, su primera gran oportunidad se la dio Carlos Sorín, el conocido director de películas como Joel, HIstorias Mínimas, El perro, que en ese momento, todavía, se dedicaba al cine publicitario. “Tardé un buen tiempo en poder convertir lo que era una vocación en una actividad profesional y de vida”, dice Buscarini.

Por su trayectoria y sus conocimientos específicos en el desarrollo de proyectos audiovisuales de principio a fin, por su experticia además en la búsqueda de financiamiento y en la asociación con coproductores internacionales, es que el Ministerio de Cultura de Santa Fe lo convocó para formar parte del plantel docente del curso a distancia Formación en Industrias Creativas: herramientas proyectuales para productores culturales, que lanzó de manera conjunta con la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Buscarini estará al frente del aula que agrupa al sector audiovisual y brindará dos clases virtuales: una dedicada a pensar estrategias para financiar y producir contenidos audiovisuales y la otra, crucial para el sector, sobre cómo presentar los proyectos, para que el deseo de hacer pueda profesionalizarse y, con el tiempo, convertirse en realidad.

En un contexto de pandemia y aislamiento en el que la mayoría de los rodajes están frenados hasta nuevo aviso, Buscarini avizora para el sector un “panorama complejo e incierto”. Sin embargo, el productor de muchas de las películas que consiguen a Ricardo Darín como protagonista, opina que el contexto de la pandemia “no tiene que eclipsar los problemas de fondo que tiene el cine argentino”, y enumera así una larga lista que arranca por los altísimos costos de producción en una país con inflación y en crisis, las dificultades para encontrar financiamiento y la batalla durísima que hay que afrontar a la hora de distribuir y exhibir una película, entre algunos de los más tediosos escollos que encuentra una casa productora a la hora de querer ingresar al circuito profesional de la industria audiovisual.

¿Cuáles son los desafíos a la hora de financiar y producir contenidos? ¿Qué estrategias nuevas hay que pensar cuando las formas de consumo cambian vertiginosamente? ¿Qué rol debe jugar el Estado y el sector privado? ¿De qué manera todo lo anterior se ve potenciado en medio de una pandemia? De eso y más conversamos con Juan Pablo Buscarini, un realizador que cree en la necesidad de un Estado presente y activo, pero que considera urgente, al mismo tiempo, que ese Estado promueva leyes de mecenazgo específicas para la industria cinematográfica, para que las grandes empresas privadas puedan convertirse, a futuro, en un actor clave a la hora de financiar la industria del cine.

-Sos de la generación que atravesó una gran cantidad de cambios tecnológicos. ¿Qué impacto tuvieron esos cambios en la manera de pensar y producir contenidos audiovisuales?

- Yo he sido muy cercano al uso de la tecnología. Es decir, mi verdadera carrera profesional está muy ligada a eso, cuando tomo la determinación en 1992 de ir a Europa a especializarme en nuevas tecnologías digitales de la imagen. Por eso mi proceso de inserción laboral estuvo muy favorecido, fui uno de los pioneros en el uso de computadoras en la producción de cine, en esos primeros tiempos para cine publicitario. Las nuevas tecnologías fueron las que me posibilitaron entrar, incluso quizás saltar un montón de caminos dentro de la producción audiovisual o ir subiendo distintos escalafones. Yo entré a trabajar con los mejores directores o productoras, como era Patagonik, también muy ligada a la postproducción digital y la animación. En todo ese proceso lo que sí viví fue el cambio en el rodaje, que era analógico. La segunda película que dirigí, que era el mix de actores reales con animación 3D, El Ratón Perez, se filmó en 2005, y fue rodada en celuloide. Hasta 2007 a las películas las filmábamos en 35 mm y luego tenían todo un proceso de transferencia digital. Creo que ha sido enormemente democratizadora la nueva tecnología digital. El equipamiento, no sólo en sus costos sino lo complicado que antes era disponer de cámara, disponer de celuloide, el costo que tenía revelar en el laboratorio. Todo eso hacía que filmar en condiciones profesionales fuera algo limitado para unos pocos, para unos elegidos y hoy eso es absolutamente más alcanzable por todo el mundo. Si eso ha generado mejores películas, no sé. No creo que ese uso dispare la creatividad. No necesariamente eso garantiza mejor creatividad. Por eso creo que no hay que confundir productividad, que es algo que lo digital nos ha permitido, con creatividad.

Juan Pablo Buscarini junto a Joseph Fiennes, durante el rodaje de El inventor de juegos

Buscarini junto a Joseph Fiennes, en el rodaje de El inventor de juegos.

 

- Otra de las cosas que cambia vertiginosamente es la forma de consumo, la manera en que el público elige consumir las producciones. ¿Qué desafíos implica esto en términos de producción?

- Es indudable el consumo en las plataformas SVOD (Subscription Video on Demand o plataformas de contenidos a demanda y por suscripción). La referencia más fuerte es Netflix, a la cual se suman otras que en el mundo también son fuertes y que en Argentina también se están haciendo masivas, como Amazon o las variantes de HBO, o las nacionales como Cine.ar o Qubit. Hay una aceptación completa del público de trasladar gran parte de su consumo a mirar series y películas en el hogar y acudir a las salas de cine para ver esas que se llaman películas evento. Es decir, las salas de cine parecen tener la misma cantidad de espectadores, incluso muestran algún crecimiento, pero es muy distinta a la distribución de décadas atrás y está toda la taquilla concentrada en unas pocas grandes películas, que cuando se estrenan, acaparan el 30 o 40% de las pantallas que hay en la Argentina. Para el resto de las películas, que antes tenían audiencias medias en cuanto a respuesta del público, buen cine, la gente hoy estaría prefiriendo esperar para verlas en alguna plataforma. Hay países en los que uno podría decir que el saldo de toda esta transformación es un balance quizás positivo, razonable. Un ejemplo muy claro de esto es España, que está teniendo en las series de alta calidad y de exportación, un auge impresionante. Ahí existe un balance y un desafío de reconversión de muchos productores realizadores. Ahora, en el caso de Argentina, las plataformas no observan que nuestras producciones sean exportables o que tengan un gran valor que justifique invertir mucho al ponerlas. Los precios que ofrecen por las producciones argentinas no tienen nada que ver con el costo de producción de esa película. Entonces eso no colabora en una rueda de producción. Un productor que ahora se las ve difícil para estrenar en una sala de cine y tiene la oportunidad de venderle a una plataforma su película, tiene que saber que el precio que le pagarán es infinitamente menor a lo que saldrá hacer una película nueva. Así que, a partir de la adquisición en una plataforma, se encuentra una linda oportunidad de visualización, la gente podrá decir que vio su película, que está disponible, pero el circuito productivo no se completa, porque el valor que paga la plataforma es muy lejano a lo sale hacer una película y entonces eso no genera para el productor la oportunidad de decir ‘bueno con lo que he logrado de esta venta, puedo seguir produciendo’. Se corta ese circuito. En cuanto a la producción de originales está visto, ya habiendo pasado varios años, que la focalización en general de estas señales, que tienen una mirada muy panregional, muy hacia toda Latinoamérica, no focalizan en Argentina. Es decir, las oportunidades que ofrecen de producción de series originales o de películas originales son contadas con los dedos de una mano y por lo tanto, tampoco tiene un efecto de reemplazo o un balance positivo para la industria audiovisual.

- En tiempos de coronavirus, ¿qué impacto tiene esta pandemia en el sector? Porque, por un lado, esto de quedarse en casa es una oportunidad para multiplicar pantallas y visibilizar contenidos nacionales pero, a la hora de salir a producir cosas nuevas, ahí es donde más se complica. ¿Cómo lo ves?

- Hay que dejar algo bien en claro. Todas estas plataformas, especialmente Netflix, que es la más difundida en Argentina, no les paga a los productores o incluso el derecho de autor a los creadores, en relación a las visualizaciones. También habría que averiguar cuántas de las personas que están sentadas en sus casas ven series y películas de origen nacional. El feroz crecimiento que tuvieron en esta época el uso de las plataformas, no implica un circuito económico que le llegue a los realizadores argentinos como para poner en marcha nuevas producciones, o para que esta etapa tenga una rentabilidad que les permita soñar a futuro, cuando se levanten todas estas barreras, en poder producir. Eso es algo en lo que el INCAA (Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales) está muy fuertemente focalizado en que suceda. La Ley de cine se nutre del impuesto a las entradas que se venden en los cines, sobre todas las entradas. Es decir, la gente concurre en Argentina a ver una película extranjera pero la entrada tributa igual que si fuera una nacional y eso va a las arcas del cine y se produce cine argentino. Y así es en la mayoría de los países del mundo que tratan de tener un sistema que ayude a la producción cultural. Ahora, que hay una transferencia de los cines a las plataformas y al consumo hogareño, y más ahora con los cines cerrados, eso no se corresponde si no se traslada a la misma forma de recaudación. No podemos vislumbrar que esta etapa nos genere mayores posibilidades a futuro de producción. Simplemente se van a seguir engrosando la cantidad de suscriptores y esas compañías van a usar ese dinero quizás para producir contenidos originales. Cuántos de esos proyectos van a focalizar en Argentina, es demasiado optimista pensar que cambien significamente las condiciones actuales. Han producido algunos contenidos originales en Argentina pero muy pocos, en el caso de películas, aún menos.

- En este contexto, ¿cuáles son los desafíos de los realizadores independientes argentinos a la hora de financiar y producir contenidos audiovisual para cine, Tv o plataformas on demand? ¿Cómo se profundiza esto en medio de una pandemia?

- Lo importante es olvidarnos por un momento de esto que se transita, que es dramático pero va a tener una duración acotada. De por sí la industria audiovisual argentina está en un proceso de evaluación y de pensarse. La Argentina se ha puesto cara, ha pasado a tener costos de nivel internacional y a eso se ha sumado una grave disminución de las películas en salas de cine. Ha quedado todo muy focalizado en unas pocas películas que cautivan a la audiencia masiva y han desaparecido las que en la década del ‘90 hasta 2010, hacían 200 o 300 mil espectadores (que había unas cuantas por año). Ese sector medio desapareció. Como si la gente no estuviera dispuesta a pagar una entrada y esperara a verlas algún día cercano en alguna de las plataformas. Y eso golpea mucho a la producción. Si a eso lo combinamos con costos del primer mundo y con una presión muy fuerte de los sindicatos que rodean un rodaje ya sea de cine o de serie, el riesgo de poner en marcha una película es alto. Estamos en un país donde producir es realmente caro. Donde la inflación hace estragos en un proyecto que tiene un largo tiempo entre que se presenta y se logra concretar, y donde las fuentes de financiación son muy diferentes a las que encuentra un productor en Europa o incluso en México, en cualquier país que también apoye la cultura. Entonces el desafío excede al momento particular que estamos viviendo por la pandemia. Yo estoy convencido que el sistema para seguir produciendo cine y series en Argentina va a ser lograr un acuerdo de flexibilización desde los productores, los realizadores. Soñar buenas películas, buenos guiones pero en escalas acotadas de costos de producción y flexibilizar mucho la relación con los técnicos y con los artistas para sacar proyectos adelante.

- En relación a esto mismo y en materia de producción y apoyos del Estado, ¿cuáles son las perspectivas a futuro? ¿Cómo deberían repensarse las políticas culturales para sostener al sector?

- La Argentina tiene una ventaja y es que el sistema mediante el cual se financia el INCAA es autárquico porque forma parte de un impuesto que proviene de las entradas de las salas más el ingreso de los canales y los difusores. Todo eso genera un fondo que se usa para administrar los gastos del Instituto del Cine, toda su política de difusión del cine nacional y para el fondo de fomento. Excepto que haya alguna ley de declaración de emergencia que quitara esos fondos, lo que ingresa no depende del presupuesto nacional. Pero debemos tener bien claro que esos fondos no son el 100% de lo que hace falta para producir una película, es decir lograr el fomento del INCAA no implica resolver. Todos los que producen, en cualquier escala, se están enfrentando a tener que salir a completar una financiación. Tantos los inversores privados, como las ciudades, las provincias, las ONGs, en tiempos de crisis, en una economía que es decreciente en su producto bruto, con una gran inflación... hay que sincerarse y pensar que no vienen buenos tiempos. A mí me parece que la forma más inteligente que tendría el Estado nacional pero también los Estados provinciales en conjunto con los productores, es salir a buscar mecanismos que independicen los reclamos directos hacia los fondos públicos para producir contenidos. Ver los ejemplos que hay en muchos países de las leyes de mecenazgo y de inversión por desgravación impositiva. O sea, que el Estado permita el mecanismo, lo regule, lo establezca, sea veedor y auditor para que sea claro, transparente y honesto pero después, es el vínculo entre los productores y realizadores privados e independientes y empresas que tienen, por su carga impositiva o por su voluntad de mecenazgo, la posibilidad o la decisión de invertir. Ese tipo de mecanismo, para países que están en situaciones críticas, es lo que podría hacer que la industria siga funcionando y no se caiga. Porque hay que ponerse también en la piel de un gobernante en un país donde existen niveles de pobreza del 50%, problemas sanitarios, desafíos alimentarios. Sentados en una mesa de ministros, cuando levanta la mano el ministro de desarrollo social y reclama por un plan habitacional o un plan alimentario y las arcas del Estado están casi vacías, y levanta la mano el ministro de cultura pidiendo por la producción cinematográfica, es lógico pensar adónde va a parar el dinero. Me parece que la sensatez que tiene que buscar el sector, sin volverse egoísta, es buscar mecanismos que sean oficiales pero que se despeguen un poco de ir a reclamar a los presupuestos generales porque es previsible que sea una disputa con un final a pérdida.

- Por último ¿cómo impacta este contexto en la crisis de exhibición que de por sí existe cuando las películas nacionales deben competir contra los grandes tanques de Estados Unidos?

-El contexto de la pandemia del coronavirus creo que no tiene que eclipsar un problema de fondo que tiene el cine argentino. Excepto por productos muy comerciales que tienen en su casting a los actores más taquilleros como suelen ser Darín, Adrián Suar o Guillermo Francella, en el caso de las mujeres a Natalia Oreiro, y que encuentran una cierta expectativa en los exhibidores, que arriesgan a poner la película en sala porque son películas que se retroalimentan y encuentran distribuidoras internacionales que las posicionan bien en los cines y que invierten en una campaña, el resto del cine argentino, yo diría que el 90% promedio de las producciones, tienen una verdadera batalla al momento de tener la película terminada para lograr un espacio de estreno. Y, en su gran mayoría, se terminan conformando con estrenos casi limitados a los espacios INCAA o a salas que promueven el cine arte, espacios culturales o hay un caso intermedio que es lograr estrenar con una cantidad de copias limitadas en las salas comerciales. Pero, hay una realidad, que es que cuando uno visualiza cuáles son los horarios, las funciones, la cantidad de vueltas que dispone esa película, la posibilidad de que la vea la gente, la continuidad y más allá de que apelen al decreto que establece desde el INCAA una cuestión de media continuidad, el panorama igual es sumamente pesimista. Eso en condiciones normales. Este año se produce un fenómeno universal que va a afectar aún más, porque hay todo un caudal de películas que nutre los cines que en este momento está suspendido a la espera de que se reactiven las salas. Se supone además que la reactivación de los cines no va a ser de la nada, sino que se va a reactivar a mitad o un tercio de ocupación y tampoco se sabe cómo va a ser la respuesta del público. El panorama es muy incierto. Para este año hay un panorama complejo, casi desolador.